Saturday, April 29, 2006




El río ya no es el río
Por Daniel Héctor

El capitalismo ha inventariado prolijamente toda la naturaleza, el verde ya no es el verde, “el río ya no es el río” ahora es stock de capital pronto a ser explotado.

El conflicto entre Argentina y Uruguay, originado a partir de la construcción de las plantas papeleras (pasteras), a pesar que data ya de un largo tiempo, ha tomado por sorpresa a gran parte de la ciudadanía.
La magnitud y beligerancia de la protesta junto a la intransigencia de las posiciones tomadas a ambas orillas del río Uruguay; constituyen un acontecimiento inédito en esta zona del planeta.
Como en un film hollywoodense de bajo presupuesto, los roles en el diferendo afloran a la superficie descarnadamente. De este lado un pueblo agitando con fervor las pancartas de la no contaminación, la salud y el ambiente sano, en la otra orilla otro, esgrimiendo al trabajo y al crecimiento económico como los máximos valores; y entre ambos, políticos y funcionarios tratando de llegar a los acontecimientos, demorados en la especulación de calcular cuidadosamente la forma de quedar mejor posicionados en el marketing político. Una patética postal de un tiempo en que el hombre y la naturaleza parecen estar mas distanciados que nunca.
En un principio, la de Gualeguaychú parecía ser una mas de las ruidosas manifestaciones, de vecinos preocupados porque la contaminación no se instale en su localidad, movilizaciones muy frecuentes por otro lado, desde que en la población va in crescendo el interés por temas de ambientales. Los estudiosos han denominado a este tipo de comportamiento social: NIMBY, no en mi vecindad (por sus siglas en idioma inglés) Not In My Back Yard.
Muchas veces los organizadores de estas marchas y mítines son tildados de “zurdos” y “enemigos del progreso”, calificaciones no justificadas ya que la preocupación de los vecinos en estos casos es fundamentalmente velar por la calidad de vida de su familia; si la contaminación que los moviliza es eliminada, las protestas son dejadas de lado automáticamente.
Es así que las fuentes de contaminación conflictivas (residuos peligrosos, industrias tóxicas) son trasladadas por las autoridades a lugares donde los habitantes no tienen inquietudes ambientales o no saben o no pueden defenderse.
Como se ve, el comportamiento NIMBY de algunas comunidades, si bien significa un avance social en lo relacionado a la defensa de los derechos, también supone una actitud egoista y falta de una verdadera conciencia ambiental; un falso ecologismo.
Funcionarios del gobierno nacional propusieron, para destrabar la confrontación fronteriza, trasladar la construcción de las plantas algunos kilómetros río abajo de la ciudad de Gualeguaychú; (como hipótesis de máxima) solución que no encara en si al problema de fondo (la contaminación), ya que la problemática planteada en torno al tema papeleras, excede el marco de un grupo de ciudadanos resguardando su calidad de vida, se trata de un pueblo entero defendiendo su acceso a los recursos naturales, frente a la amenaza impuesta por las empresas multinacionales. Cuando un ambiente está en peligro lo esta también la comunidad que habita en él. El eje de la negociación a nivel gobiernos es referente al monitoreo de la contaminación que se va a generar: como estarán compuestas las comisiones, quien hará los estudios de impacto ambiental, quien hará las inversiones y demás.
Se deja ver que en estos tiempos de la globalización, más allá de los signos políticos e ideológicos que puedan tener los gobiernos, el verdadero imperativo en sus agendas gubernamentales está marcado por la llamada “economía de mercado”; las consideraciones sociales o ambientales por lo tanto, están subordinadas al desarrollo y dinamización de la economía y sus indicadores.
Los planteos ambientalistas resultan entonces incompatibles con la lógica capitalista que predomina en los centros de poder del mundo de hoy.

La era de los tecno-utópicos
El derrumbe de la cortina de hierro exhibió ante el mundo occidental, uno de los mayores horrores ecológicos de todos los tiempos: Chernobyl, (el legado nefasto del comunismo soviético) un hito que favoreció a la mundialización de la “ideología verde” a la vez de concientizar al mundo capitalista acerca de las grandes catástrofes e irreparables daños ambientales que producía el propio capitalismo. Capitalismo que venía usufructuando sin empacho de los recursos naturales, ya desde los inicios mismos de la revolución industrial.
Esto no solo se tradujo en un importante desarrollo de la legislación ambiental en los países más avanzados, sino que significó también, de alguna manera, poner un límite al progreso material ininterrumpido que proponía la sociedad moderna. El hombre debía regir sobre la naturaleza pero obedeciéndola.
El movimiento “verde” fue pasando por distintas etapas; desde un radicalizado y casi místico conservacionismo hasta las variantes más sociales y humanizadas de la ecología y el ambientalismo.
Conceptos tales como: el agotamiento de los recursos naturales, (principalmente el petróleo), la bomba poblacional, (la explosión demográfica desmesurada), el calentamiento global, (el llamado efecto invernadero), la pérdida de la diversidad (especies que desaparecen definitivamente), el agujero de ozono, la deforestación (tala indiscriminada de los bosques naturales), la lluvia ácida y la degradación ambiental; salieron del ámbito académico y pasaron a formar parte del vocabulario y la preocupación de la gente común.
La década del noventa con su carga ideológica neoliberal hegemónica, no pasó desapercibida para el ambientalisto. Pensadores e investigadores de la extrema derecha se esforzaron por revertir la noción de crisis ecológica instalada en el sentido común de la gente, manipulando datos, estadísticas y coeficientes llegaron a una conclusión impensada y estrafalaria: “este mundo capitalista es sustentable y es el mejor mundo posible”.
Sumos sacerdotes del culto tecno-utópico (Julian Simon, Bjorn Lombort), desgranaron una interminable letanía, inspirada en sus más profundas convicciones utilitaristas y anti-ecológicas. Sinfonía grata a los oídos de los grandes e influyentes emporios de la comunicación a nivel planetario que se afanaron por difundirla a diestra y siniestra.
“Los pronósticos alarmistas de crisis ambiental son exagerados y no tienen fundamento científico”, “los recursos naturales no son escasos, lo que sí son escasos son los recursos de capital”, “la riqueza y el bienestar acompañan al planeta, que hoy vive el mejor momento de su historia”, “la pobreza es solo una cuestión de desequilibrio cultural”, “el aumento exponencial de la población es una bendición por su gran aporte de consumidores al mercado”, “la contaminación no es preocupante y puede ser llevada a niveles aceptables con apropiadas tecnologías”, así uno a uno todos los postulados “verdes” fueron refutados con una lógica impregnada de devoción a la tecnología.
Pero donde el capitalismo ha sido realmente efectivo en la tarea de neutralizar el accionar de la ecología, ha sido precisamente, en el mismo ámbito de la ecología. Tomó al toro por las astas y ahora él mismo se autoproclama eco-guardián y el máximo defensor de la naturaleza; para eso inventó e impuso marketineramente el concepto de desarrollo sustentable.
El uso racional de los recursos naturales (afirman los “ecólogos sustentables”), asegura una buena provisión de materia prima para la producción de bienes de consumo (necesarios para la actividad humana), consecuentemente se generan excedentes que se pueden invertir para prevenir la contaminación y recuperar a los ambientes degradados.
El lobo que cuida con fruición a su rebaño, el envenenador que vende a buen precio el antídoto para su veneno.
El capitalismo ya ha terminado de inventariar prolijamente toda la naturaleza, el verde ya no es el verde “el río ya no es el río” ahora es stock de capital pronto a ser explotado, eficientemente por cierto, con la mejor tecnología disponible y los controles “adecuados” de modo que la ecuación costo-beneficio asegure un razonable saldo positivo.
Las empresas multinacionales, en su afán de apropiación de los recursos naturales de los países pobres, entran en contradicción con pueblos enteros que defienden su modo de vida y su sustento (o sea su ecosistema). Para conseguir sus objetivos, se valen como en antaño los conquistadores de espejitos de colores que ahora le llaman progreso.
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